La fama eterna de Tomás Moro se debe a un más bien breve libro, la Utopía. Es una lectura obligada para los humanistas y forma parte de muchos cánones, oficiales como inoficiales. De la lectura de la Utopía uno podría deducir que Moro se oponía a la pena de muerte, defendía a los pobres y creía que la religión es fuente de armonía social. Pero la Utopía es un libro breve. Mucho más extensos son sus escritos en defensa de lo que consideraba la verdadera religión (la católica). De la lectura de estos textos emerge un Tomás Moro radicalmente diferente. De hecho, algunos de estos escritos le han ganado la no despreciable fama (secreta) de haber escrito el latín más vulgar de la historia de Occidente.
En los tiempos de Tomás Moro, la iglesia católica estaba pasando por una de sus crisis más profundas. Punto de cristalización de esta crisis fue Martín Lutero, uno de los curas y monjes reformadores que atacaron de frente las prácticas corruptas del papado y la burocracia eclesiástica.
En una ocasión, Lutero le envió una carta al rey Enrique VIII de Inglaterra. La primera respuesta a la carta fue escrita por el mismo rey; una segunda carta de Lutero obtuvo una extensísima respuesta de Moro, entonces consejero real. En la edición contemporánea, la respuesta tiene 350 páginas. Un breve ejemplo es suficiente para captar la dimensión del desastre.
“Después de haber obtenido este consejo, Lutero comenzó a recobrar su espíritu que casi había escapado por su parte de atrás. Pero porque vio que necesitaba más que su usual ánimo de pelea – ya que no disponía de ninguna otra arma qué usar en su disputa – les urgió a cada uno de ellos a que corrieran a un lugar en el que podrían rebuscarse la mayor posible cantidad de peleas estúpidas y ataques groseros. Cuando habrían recolectado un costal lleno de esto, se lo deberían llevar inmediatamente a Lutero, porque de estos costales él llenaría su propio fárrago de respuesta.
Entonces cada uno de ellos fue en diferentes direcciones, cada uno al lugar que le sugería su espíritu, y se repartieron entre las carretas, carruajes, botes, baños públicos, prostíbulos, barberías, tabernas, casas de citas, molinos, retretes y griteríos. Ahí, diligentemente observaron y anotaron en sus libretas lo que un cochero habló obscenamente, o un sirviente insolentemente, o un portero lascivamente, o un parásito burlonamente, o una puta licenciosamente, o un proxeneta indecentemente, o un dueño de baños públicos mugrosamente, o un cagador obscenamente. Después de cazar por varios meses, ellos, finalmente, todo lo que habían recolectado de cualquier lado – locuras, peleas, ataques groseros, disipación, obscenidad, mugre, sucio, moco, mierda – todo este desperdicio lo embutieron en la más podrida cloaca que es el pecho de Lutero.
Todo esto lo vomitó, a través de su podrida boca, dentro de su libro maldiciente, como boñiga devorada. De ahí, lector, usted recibe esa acumulada masa de peleas indecentes, que son lo único que llena este libro completamente loco. Cuando él trata de decir algo sobre una cuestión, simplemente remueva este mosaico elaborado de grosería; inmediatamente verá, lector, cómo de poco de sustancia queda de tal gran montón de palabras, y hasta ese poco está corrompido.” [p. 62; mi traducción]
Lo que queda en evidencia es que el texto de Moro es, en efecto, un “mosaico elaborado de grosería”; un desastre argumentativo completo – y se podría decir, también, un desastre humanista. El Tomás Moro de esta diatriba es irreconocible para el lector de la Utopía; pero al mismo tiempo comienza a ser visible quien, como Canciller del Reino, envió a la hoguera a seis herejes cuyo “crimen” consistió en tener biblias traducidas al inglés.
¿Quién era Moro, entonces? ¿Santo letrado o vulgar fanático?
Richard Marius, en su biografía de Moro, expresa el dilema así:
“Lo conflictos internos de Moro y su misterio fundamental surgen más oscuramente de lo que sus admiradores modernos quisieran admitir. Las contradicciones son crudas y numerosas y a veces lo convierten en un héroe decepcionante. Él sintió una sensibilidad y repugnancia frente al dolor físico durante toda su vida; sin embargo, con entusiasmo envió a herejes a una muerte entre llamas y después se burló de sus tormentos.” [p. 518; mi traducción]
La biografía de Marius no elude las cuestiones espinosas e incómodas que la vida y las obras de Moro generan; esta es su distintiva cualidad. Las demás biografías que he leído (esta y esta otra) mencionan el escabroso detalle, pero no se enfrentan con el necesario esmero a la cuestión del fanatismo y la arrogancia en el poder.
Para el lector, entonces, queda una moraleja: así como una golondrina no hace verano, un libro no hace autor – y una Utopía no hace humanista.
Bibliografía:
More, Thomas. Responsio ad Lutherum. En The Yale Edition of the Complete Works of St. Thomas More, vol. 5, part 1. New Haven: Yale University Press, 1969.
Marius, Richard. Thomas More. London: Fount Paperbacks, 1986.