•    Panem et circenses   

    Mi hija tiene un estante lleno de libros y yo tengo un estante lleno de libros, pero no logramos concordar en autores ni en obras. Al menos hasta hace poco, cuando por recomendación de una amiga (¡gracias Carola!) compré el primero de los tres volúmenes de la serie The Hunger Games (Los juegos del hambre) de Suzanne Collins. Estaba en mi mesa, listo para ser empacado como regalo de navidad, cuando decidí ojear las primeras páginas. Unas cuatro horas después había terminado el libro y decidido comprar los otros dos volúmenes. Desde La naranja mecánica no había leído un libro tan inquietante.

    En un momento no especificado del futuro, un Estado llamado Panem está dividido en distritos. El distrito central que tiene el poder político se llama el Capitolio y domina con mano dura los otros doce distritos, cada uno especializado en la producción de cierto tipo de bienes. Varias décadas atrás, los distritos se habían sublevado contra el Capitolio, pero terminaron derrotados.

    Para conmemorar la victoria y resaltar la dependencia de los distritos, el Capitolio organiza cada año un reality show de televisión, en el cual deben participar un chico y una chica de edades entre los doce y los 18 años, de cada distrito. Al comienzo de los juegos, estos 24 “tributos” se encierran en un escenario gigante llamado “la arena”. El juego consiste en asesinar a los demás contrincantes y el ganador es el sobreviviente final. El juego es filmado en tiempo real y la producción es el mega-evento mediático del año.

    Hay varias cosas que me interesaron en esta trilogía. Primero, la idea central de la novela es completamente loca. Es una mezcla entre 1984 de George Orwell, la película The Truman Show y el reality show America’s Next Top Model. En ese sentido es una versión contemporánea de la famosa distopía orwelliana. Para los oprimidos, el mundo es gris y la vida es brutal y corta. Para los que tienen el poder, la vida dulce y placentera, llena de entretenimiento y color. Pero el instrumento de opresión y control ya no es el Partido del Gran Hermano; son los medios de comunicación que mantienen en un estado de permanente horror y angustia a los oprimidos y en un estado de placentera exaltación vacía a los opresores. También hay una maquinaria de guerra y una policía militar brutalizada; pero el centro de la sociedad lo constituye el consumo de la degradación humana convertida en entretenimiento. Es como en la vida real.

    Segundo, algunos autores quizá hubieran caído en la tentación de aliviar la falta de sanidad mental inherente, de suavizar el impacto, de “dorar la píldora”, por así decirlo. Pero Collins es completamente coherente. En un lenguaje y estilo parco, realista y casi periodístico describe la locura cotidiana de los juegos como si fuera lo más normal. Así, la novela no es políticamente correcta. A ratos el realismo del estilo evoca (remotamente) a Hemingway.

    Finalmente, la historia es narrada por completo desde la perspectiva de la heroína, Katniss Everdeen, la joven de 16 años que decide convertirse en el tributo femenino de su distrito para salvar a su hermana, que inicialmente había sido escogida por la lotería. También en esto Collins es completamente coherente; al contrario de lo que sucede con otras distopías, nunca adopta una meta-perspectiva narrativa. No hay moraleja más allá de la descripción de los hechos; no hay héroes más maduros que una niña de 16 años; no hay una posición ética que mueva a Katniss más allá de sus volátiles y confundidos sentimientos. El mundo es brutal y confuso. Eso es todo lo que hay que decir; lo demás, incluyendo el futuro después de la caída del Capitolio, es incierto.

    Hay un solo momento en el que la autora adopta una posición meta-narrativa para presentar la moraleja central. Y en ese momento pareciera que The Hunger Games es una sátira misantrópica de la misma despiadada consecuencia que Los viajes de Gulliver de Swift. En el segundo viaje, Gulliver le propone al rey de Brobdingnag ayudarle en la construcción de armas poderosas y mortíferas, con las cuales el rey obtendría un poder absoluto basado en el miedo y la destrucción. El rey, impresionado, le contesta que “el conjunto de vuestros semejantes es la raza de odiosos bichillos más perniciosa que la Naturaleza haya nunca permitido que se arrastre por la superficie de la tierra”.

    Al final del tercer libro de la serie, Katniss se prepara para su última aparición en televisión, en la cual debe matar al derrocado presidente del Capitolio. Para sí, piensa: “Ya no siento ninguna lealtad hacia estos monstruos llamados seres humanos. Creo que Peeta [su tributo compañero] tenía razón cuando pensó en que deberíamos destruirnos y dejar que alguna especie decente asumiera el control. Porque una criatura que sacrifica la vida de sus hijos para arreglar sus diferencias está realmente mal. Uno lo puede mirar desde el ángulo que quiera. […] La verdad es que no beneficia a nadie vivir en un mundo en el que estas cosas suceden.” [p. 440; mi traducción].

    The Hunger Games es un libro de literatura juvenil extraordinario, porque un libro que evoca a Orwell, Hemingway y Swift no puede ser sino poco común.

    Bibliografía:

    Collins, Suzanne. The Hunger Games. London: Scholastic Children’s Books, 2009.

    —. Catching Fire. London: Scholastic Children’s Books, 2009.

    —. Mockingjay. London: Scholastic Children’s Books, 2010.

    En español de la Editorial Molino, respectivamente:

    Los juegos del hambre

    En llamas

    Sinsajo

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